Ser y deber ser
10 enero 2014
Leo con mucho interés la entrevista con Teresa Colomer en Pensando la LIJ que tuitea Begoña Oro, creo que con más intención de la que parece a primera vista. Así que me dejo y ahí voy 🙂 .
La investigadora deplora que haya una LIJ escrita y editada atendiendo a su función socializadora, es decir una LIJ transmisora de normas. Y recomienda a los mediadores “elegir buenos libros ‘literarios’ que hacen saber cómo son los humanos y no cómo deberían ser”.
Aun estando de acuerdo en el fondo, tropiezo con algunos “escollos” en esta afirmación. El primero, claro, tiene que ver una vez más con el sintagma “buenos libros”, pero como de eso ya hemos hablado en otra ocasión, continuemos con el segundo: una LIJ que hace saber cómo son los humanos. Y cómo son los humanos, me pregunto yo. ¿Significa eso que creemos en la existencia de una realidad independiente del observador o del “contador”? Yo creo que no, que no hay una realidad “objetiva” sino que la realidad se construye y se reproduce colectivamente a partir del discurso, pero como también hemos hablado de eso antes, continuemos.
La doctora Colomer recomienda al mediador que se centre en la calidad literaria. Pero centrarse en la calidad literaria no hace que la otra dimensión, la de la transmisión de normas o valores, desaparezca. Todo libro transmite valores y reproduce normas, tanto si elegimos fijarnos en ello como si decidimos mirar a otro lado.
Desde luego, como editora yo no puedo, ni quiero, decir “vamos a publicar este libro porque tiene una grandísima calidad literaria”, sin antes plantearme si quiero (si queremos) obrar como colaboradores necesarios de la reproducción de normas que esa obra lleva consigo de forma más o menos implícita o explícita. Como ya comentaba en el otro post, las obras culturales nunca se limitan a describir: siempre, además, prescriben porque las normas sociales implícitas, las más naturalizadas y biologizadas, se adquieren por absorción de discurso social, ya sea en forma de literatura, de anuncios, de cine, de juguetes, o de conductas cotidianas.
Un ejemplo muy simple: no sé si es una realidad que muchas personas mayores se sienten solas y acabadas, pero sí sé que hay una norma implícita al respecto, y que esa norma es con frecuencia reproducida por la literatura actual.
Como editora considero irrenunciable plantearme si quiero validar ese discurso y por tanto aumentar sus posibilidades de absorción, o prefiero airear otras alternativas sobre lo que es la vejez que también son parte de la realidad.
Ante una norma implícita o explícita que no nos guste, nuestra actitud puede ser visibilizarla para cuestionarla, o presentar una norma alternativa. O también reproducirla de forma acrítica, que es lo que en realidad hacemos cuando creemos que estamos “contando la realidad tal y como es”.
Hola, Elsa. Antes de nada, quiero decirte que me alegro mucho de volver a ver este blog en marcha. Siempre planteas temas que invitan a pensar y como persona interesada en la edición lo agradezco mucho :).
Es cierto que cualquier obra, además de describir, prescribe, aunque probablemente la literatura carece del alcance del cine o la publicidad. Esto me preocupa sobre todo con respecto a los libros más comerciales, de corte romántico, que plasman unos valores sobre las relaciones de pareja adolescentes que dejan bastante que desear (hay excepciones, claro). Se suele quitar importancia a este asunto con la excusa de que son novelas para entretener y no hay que darles tantas vueltas, pero yo creo que tienen más trascendencia de lo que aparece, en cierto modo son una prolongación de los primeros cuentos de princesas de Disney. En mi opinión, lo que hacen autoras como Richelle Mead, Laini Taylor o Maggie Stiefvater tiene mucho mérito, porque a partir de la base del romance paranormal construyen personajes que no caen tanto en esos tópicos.
Por otra parte, tu comentario sobre la tercera edad me ha hecho recordar al abuelo de «Croquetas y wasaps». Me encantó el enfoque que le dio Begoña Oro.
La escritura de ficción es un proceso mucho más inconsciente de lo que la gente sospecha, aun con todos los hábitos de trabajo y estrategias personales forjadas a lo largo de los años. Ahora bien, tampoco hay que pasarse: creo sobre todo en motivaciones legítimas por parte del autor, no tanto en musas ni en trances o viajes astrales.
Yo animo al autor (que le apetezca) a que vaya escribiendo, paralelamente, a un original cualquiera el proceso de toma de decisiones narrativas, con implicaciones éticas premeditadas incluso. Al final, habrá una parte de la obra a la que solo podrá darle explicación a posteriori (lo cual es muy fácil para todos si nos ponen en esa situación, por ejemplo, una rueda de prensa o una presentación del libro). A veces, las normas que se transmiten en un relato no tienen tanto que ver con una elección como con el hecho de que son las únicas disponibles al retratar cierta porción de realidad. La posición transformadora de la realidad a través de la literatura la encarnan muchas veces los personajes, que al hilo de «lo que hay», crean o trabajan en pos de «lo que falta». En este caso, la persona del autor se hace papel; pero, en otras ocasiones, solo se persigue describir. Si esa mera descripción se entiende como denuncia, entonces es que son muchos los que secretamente opinan que algo relacionado está mal en la sociedad. ¿Ese algo estaría entre las cosas que una casa editorial desearía o admitiría mostrar? Por ejemplo, una historia en la que un adolescente se hace activista del 15-M puede no ser interesante para una editorial que crea en la regeneración de las instituciones existentes, pero no en una transformación o sustitución de estas por otras. Cuando Letizia Ortiz se hizo princesa, hubo originales de LIJ del tipo «La princesa de la tele». Por creencia o por negocio o por constituir una postura más cómoda, apostaban por eso y no por alguna otra cosa que pareciera «abogar» más por ideas republicanas (aun cuando en LIJ la política quede normalmente lejos).
La neutralidad y el posicionamiento ideológico siempre serán aspectos conflictivos para los autores artísticos y para las casas editoriales, incluso entre los intelectuales. Ahí están los ejemplos de Hannah Arendt y de Leni Riefenstahl, respectivamente, una magnífica pensadora y quizá la autora del documental de deportes más impresionante de la Historia. Los valores y las posturas éticas, además, suceden enmarcados en contextos sociales concretos, y hay épocas más barrocas y épocas más predispuestas a que se enquiste el pensamiento único.
Elsa, ¿es posible saber si ya han sido avisados los ganadores de este año del Gran Angular para poder enviar el manuscrito a otros concursos?
Muchas gracias.
Creo que en lo que respecta al adoctrinamiento (o supuesto adoctrinamiento) existen estratos perceptivos.
Todo editor (al que se le presume la suficiente preparación, no ya en literatura, sino en otros conocimientos relacionados con esta y que se transmiten a través de los libros) estará dispuesto o no, a publicitar una idea tácita o explícita de una obra. Pero, sin caer en el elitismo, no creo que, en el caso de cometer un error promulgando ideologías arriesgadas o arbitrarias para dar cabida a una diversidad incipiente, y quizás con tendencia futura a ser solo poseída por la minoría, pueda «malograr» subliminalmente la totalidad de las mentes que alcancen ese libro editado.
Hace tiempo vi un documental sobre las series de mayor impacto e influencia en Norteamérica (por ende, a nivel mundial, porque todo lo que allí se hace termina exportándose a todos los rincones del globo), y quedé impactada sobre cómo trabajaba la industria en Hollywood.
Fue a raíz de la huelga de guionistas. Lo que más me sorprendió fue que muchos de ellos, eran estudiosos de materias como Teología o Filosofía, y se habían formado en prestigiosas universidades como Harvard o Yale, donde sus docentes tenían pareceres encontrados, que difundían a sus pupilos en clase. Algunos de estos alumnos, años más tarde, perpetuarían ese legado de difusión y adoctrinamiento creando guiones para series de televisión, bajo el prisma de esas teorías antropológicas, ético-estéticas y morales concretas.
La serie «Perdidos», por ejemplo, fue analizada desde puntos de vista filosóficos como el enfrentamiento del empirismo y el racionalismo, la imagen de la salida de la caverna de Platón, las teorías políticas absolutistas de Thomas Hobbes, la bondad natural del hombre y el contrato social de Rousseau, o «el humo negro» referido a la estructuración del inconsciente como un lenguaje, del psicoanálisis de Jacques Lacan.
La labor de un editor, es a mi parecer, asimilable a la libertad de cátedra y conlleva los mismos matices de responsabilidad. Aunque creo que la profundidad de algunos manifiestos impresos o audiovisuales, solo son tenidos en cuenta por un sector más perspicaz del público.
Humildemente he de reconocer que yo seguí la serie, y aun conociendo las teorías filosóficas a las que se referían los análisis posteriores, ni me enteré de ellos mientras visionaba sus capítulos.
La mente ha de estar activada para establecer ciertas relaciones. Y no creo ser la única torpe del planeta. Indudablemente habrá cosas que no hieran ni maten, porque nos pasen desapercibidas. Aunque esto no es óbice suficiente como para no filtrar el camino que conduzca a la comisión de negligencias.
Consolación, la profesión de escritor no existe.
[…] ya hemos comentado otras veces, es prácticamente inevitable que un texto narrativo promueva una actitud positiva o negativa hacia […]