Aunque este no es un blog de reseñas, he leído este verano un libro que me ha dado mucho que pensar sobre esa especie de trabalenguas que es el título de esta entrada. «Tú eres mi buena estrella» da voz a Ninon, una cría de 9 años maravillosa en su desnuda ingenuidad, en su felicidad ¿injustificada? y en su envidiable confianza en la vida.
Como creo que la reseña de la editorial (lo siento, compañeros) no le hace justicia, me permito matizarla. Sí: Ninon, la protagonista, asiste atónita a la furiosa separación de sus padres e intenta traducirse a sí misma lo que ve, lo que oye y lo que le toca vivir, tratando de darle sentido al enorme caos en el que vive. Pero lo importante es la maestría con la que la autora se convierte en esa niña y consigue que el adulto lector comprenda la realidad que la propia niña no comprende, o que sonría cuando la niña no sabría adivinar el por qué de esa sonrisa.
La autora de esta novela escribe sobre niños. Y en cierto modo, escribe como escribiría una niña, aunque trufado con una enorme habilidad para ponerle toda la intención de un adulto a la narración deliciosamente ingenua de la chavalita.

Parte de mi maravilla viene de la constatación de que, en la novela, todo o casi todo lo que se “oye”, se oye a través de la voz de la niña, aunque oigamos a todos los demás cuando Ninon explica a su manera los puntos de vista de los adultos.
¿Es una novela sobre niños? Bueno, yo diría que es una novela sobre la vida, también sobre la vida de los niños, pero sí es, eso seguro, una novela sobre cómo los niños ven e interpretan la vida, la suya propia, pero sobre todo, la de los adultos… con unos criterios muy diferentes a los de un adulto.

Curiosamente, lo que seguro que no es, es una novela para niños. Porque a los niños de nueve años les pasaría lo mismo que a Ninon: que se quedarían en la superficie, en la descripción de los hechos que hace la niña de nueve años, sin traspasar ese umbral en el que está lo verdaderamente implicado por esas palabras y esos actos de los que la niña actúa como narradora eficaz pero ignorante.

Seguramente lo que he encontrado tan placentero de este título es que la autora, aunque no ha escrito una obra de LIJ, sí ha exhibido la que es quizás una de las habilidades más necesarias para escribir LIJ: la de franquear las barreras de estilo de pensamiento y de modelo del mundo que separan a niños y adultos. Si la LIJ lo hace para llevar una visión del mundo a los niños, ella lo ha hecho para meter la mirada de los niños en el mundo.

Darse cuenta

22 julio 2014

Releo el texto de Gustavo Martín Garzo “Instrucciones para enseñar a leer a un niño” y, como ocurre con todos los buenos textos, aparece de pronto un pequeño detalle al que antes nunca había prestado la atención suficiente. Acaba Gustavo su artículo con una afirmación maravillosa: “No olvide, en definitiva, que el cuento más necesario, y por el que seremos juzgados, es el que contamos sin darnos cuenta con nuestra vida”. Y de pronto, ese pequeño sintagma preposicional se me antoja tan relevante y tan revelador que prácticamente oscurece a todo lo demás.

Porque sí, efectivamente, darse cuenta o no darse cuenta es la clave, el principio y el fin. Por mucho que hablemos de la lectura, de los libros, del placer de leer, de la formación, del entretenimiento, de hacer lectores… al final el para qué se impone con fuerza. ¿Qué objetivo puede ser más importante que ese, el de ser conscientes de la historia que contamos con nuestra vida? No sé si hay muchas personas, lectores o no, que vivan dándose cuenta, pero yo tengo la suerte de conocer a alguna. Esa es otra (una más) de las ventajas de trabajar con determinados autores: que se dan cuenta, ellos sí. Y escriben su vida, como sus libros, dándose cuenta. Y presenciarlo, aunque no sea muy de cerca, es un enorme privilegio. Gracias por dejármelo atisbar.

Hace tiempo que voy acumulando elementos en una lista que se podría titular “temas actuales que echo de menos en los libros de LIJ”. Temas en los que una literatura que pretende ser formativa (en el más amplio sentido de la palabra) y comprometida con el individuo y con la sociedad, tendría algo que decir.

Por supuesto, no estoy hablando de que tenga que haber libros enteros que traten sobre cada uno de esos temas en exclusiva (que también podría ser), pero sí echo de menos manuscritos que toquen, aunque no necesariamente en primera línea, algunas realidades que conforman el hoy de niños y jóvenes. ¿Por qué?

Porque son temas de gran interés en el presente, sí, pero también porque van a configurar en gran medida el futuro en el que vivirán y serán adultos los niños para los que hoy escribimos y publicamos. 

Se trata, en definitiva, de actualizar los valores, tanto en el sentido de incluirlos en historias que llamen a la acción en situaciones presentes como en el sentido de que hoy en día ciertos valores se han vuelto más urgentes.

Así que, para empezar, ahí va una primera lista que tiene que ver con reflejar la actual coyuntura social, económica y política:

  1. La lucha por nuevas hegemonías de pensamiento. Por ejemplo: cómo la PAH ha conseguido que un desahucio pase de ser percibido socialmente como una tragedia privada e inevitable, a algo inadmisible.
  2. Las nuevas formas de activismo y participación ciudadana, desde el 15M a polémicas como el de Change.org versus la crítica al ciberfetichismo: muchos jóvenes quieren cambiar el mundo, pero ¿van a poder hacerlo a base de clics?
  3. La globalización: lo que pasa al otro lado del mundo nos afecta. Tanto a nivel macro (el actual proceso de devaluación interna en España es una de las consecuencias del programa de globalización económica) como a nivel micro (tu mejor amigo, el que te entiende como nadie, puede estar en otro continente).
  4. El activismo consumidor: cambiar el mundo desde tu posición de consumo. Si hace cincuenta años una forma de ejercer el poder era dejar de trabajar, ahora puedes hacerlo dejando de comprar. Quien compra un buen balón de reglamento por seis euros ¿en qué cadena de actos está estampando su firma final?
  5. La virtualización de la economía: el niño que hace unos años cosía zapatillas en Vietnam para dar de comer a su familia, ahora puede estar pasando horas en un juego de rol multijugador ganando puntos de experiencia u obteniendo premios virtuales para alguien que le paga por ello.
  6. La generación Einstein: cómo son las mentes criadas por videojuegos. ¿Con una atención más fragmentada? ¿más desensibilizados ante cierto tipo de violencia? ¿más capaces de mezclar trabajo y placer? ¿mejor acostumbrados a trabajar en equipo y a distancia…?
  7. Los prosumers: consumidores que generan contenido, el chaval como autor. Autores de fanfics y escritores, autores desintermediados a pequeña y a muy gran escala…
  8. La economía de la atención y la democratización de su explotación: vivir de ser  youtuber o de subir vídeos y tutoriales a internet: fenómenos como “Hola soy Germán”, Jotapelirrojo, Mr. Chunkybuddy… jóvenes que construyen un formato y una audiencia y que viven de ello sin intervención alguna de los “profesionales de los medios” …
  9. Nuevas formas de aprendizaje y de educación: el “homeschooling”, la educación autodirigida,  la “punk education”, aprender con tutoriales… En un mundo donde, como prescribía Sócrates, “educar no es llenar un recipiente, sino prender una llama”, Internet es estopa…

Y como inevitablemente nos estamos deslizando ya, quizá es momento de abrir aquí una segunda lista, la que recoge aquellos temas que tienen que ver con reflejar el papel de las TIC en la vida de las personas y en concreto, en la de niños y jóvenes y que podría incluir, además de algunas ya recogidas en la lista anterior, cosas como:

  1. La construcción de la identidad en la red, la gestión de impresiones, la posibilidad de tener identidades múltiples con componentes diversos e incluso contradictorios…
  2. El solapamiento y la contradicción de los círculos sociales en el espacio tangible y en el espacio digital: ¿líder en la red, marginado en el patio?
  3. La gamification como herramienta de control de comportamientos y hábitos, con sus corolarios utópicos y distópicos.
  4. Crowdfunding: juntar dinero de muchos pequeños “inversores” para hacer grandes cosas. Como Riot Cinema con “El Cosmonauta”.
  5. Crowdsourcing: hacer algo grande entre muchos. ¿Cómo? Gente aprendiendo idiomas a la vez que ayuda a traducir páginas web, personas descubriendo exoplanetas por diversión o contribuyendo con su trabajo a investigaciones científicas…

¿Existen esos manuscritos? O mejor aún, ¿existen escritores capaces de escribirlos?

Así que hoy os pido ayuda. Tres ayudas:

La primera, para completar estas listas u otras similares. ¿Qué temas echamos de menos como lectores, como ciudadanos, como padres, como profesores, como editores…?

La segunda, para localizar esos manuscritos y sacarlos a la luz. Cuanto antes.

Y la tercera, para movilizar a los escritores, consagrados o noveles, profesionales o amateurs, apocalípticos o integrados, de modo que aprovechen estos silencios clamorosos de la LIJ como combustible creativo.

Estoy convencida de que entre los chavales de esta generación hay una enorme demanda latente de libros que aborden estos temas. ¿Es que vamos a esperar a que se hagan mayores y se los escriban ellos mismos?

Acabar bien

26 marzo 2013

Hoy, en la comida, mis hijos comentaban algunos de los tremebundos argumentos que desarrolla Jacqueline Wilson, una de sus escritoras favoritas, en sus novelas para niños y jóvenes. Padres divorciados varias veces, progenitores que se marchan de vacaciones con el amante de turno dejando a los niños solos al cuidado de un hermano o hermana de catorce años, chavalines que deben enfrentarse solos a un accidente o una agresión, adultos con niños a su cargo que se emborrachan hasta la inconsciencia… y otras situaciones familiares y sociales que, aunque no pongo en duda que se den en la realidad, por su frecuencia rozan lo inverosímil.

Les pregunto: “¿y por qué os gustan esos libros?”  Se encogen de hombros: Molan”.

Ante mi expresión, y quizás en un intento de justificarse, añaden: “Pero muchas acaban bien”.

Acabar bien. Esa respuesta me hace recordar una frase de la reseña de El rostro de la sombra que hizo en su momento una bloguera: “estoy acostumbrada a leer historias sobre personajes torpes y egoístas que al final se enderezan y se convierten en personas decentes”. Y en un comentario a esa reseña, alguien remataba: “se echa de menos un final donde quede todo bien definido”. ¿Es eso “acabar bien”?

Venga, sin miedo. ¿»Acabar bien» es que “los malos” se rehabiliten y que el amor triunfe? ¿Es acabar bien que todo desemboque en un “deber ser” bien visto socialmente? Me temo que “acabar bien” es entonces sinónimo de una resolución que no nos produzca desasosiego, que no nos perturbe, que no nos entristezca, que no nos haga plantearnos cosas que hagan tambalearse nuestra cómoda cotidianidad.

Así que intento explicar a mis hijos que la vida, a veces, no acaba bien. Intento hacerles ver que quizá tenemos un concepto equivocado de qué es acabar bien, tanto en las novelas como en la vida. Me gustaría que entendieran que “acabar bien” no es siempre que los acontecimientos se desenvuelvan como uno quiere, como a uno le gustaría o como uno cree que es justo. Que a veces “acabar bien” puede ser, simplemente, saber que, ocurra lo que ocurra, uno ha sido fiel a si mismo y al sentido o sentidos que haya querido darle a su vida. Les pongo un ejemplo: La historia de Iqbal. En este caso, tanto la realidad como la novela “acaban mal” en el sentido convencional del término. Iqbal, un chaval honesto y decidido de muy pocos años, muere asesinado y “los malos” quedan, probablemente, impunes. Pero en otro sentido, la historia de Iqbal acaba bien, porque nada consigue que el protagonista se aparte de lo que considera su prioridad: destapar la injusticia, cueste lo que cueste.

Claro está que mis hijos tienen once años. Y, en su mirada de niños que empiezan a no serlo, intuyo que el “acabar bien” normalizado al que ellos se referían cumple una función: aplacar la ansiedad que pueden generar las historias leídas. Quiero creer que esa ansiedad, aunque calmada, ya lleva en sí misma la semilla de una inconformidad constructiva.

Al final, me quedo pensando que quizá todos necesitamos, de vez en cuando, una historia que “acabe bien” en el sentido clásico, aunque solo sea para seguir creyendo que es posible.

Ocurre una y otra vez: un escritor de literatura infantil o juvenil conocido gana un premio y los blogs se llenan de comentarios acerca de la presunta injusticia de que el premio sea para un autor “profesional”. Pero como hace tiempo ya expuse mi opinión al respecto, me limito a recordar que el año pasado ganaron los premios El Barco de Vapor  y Gran Angular dos autores no tan conocidos: Catalina González Villar y Jesús Díez de Palma. Y lo mismo ocurrió con otros premios importantes. Por no recordar que, aunque ya canse un poco decirlo, la plica es real: cuando el jurado elige el manuscrito ganador, no sabe quién lo ha escrito. Tanto si la gente se lo cree, como si no.

Si alguien tiene tiempo y ganas de hacer un repaso a los ganadores de los premios de LIJ más relevantes de nuestro país en todas sus convocatorias, comprobará fácilmente que hay muchos premiados que, en el momento en que recibieron el premio, no eran conocidos. La buena noticia es que hoy, cuando han pasado unos años, varios de los nombres que nadie conocía se han convertido en referentes. Y los premios que recibieron contribuyeron a ello. Por suerte, porque esa es una de sus funciones más importantes.

A ver, que tampoco pasa nada. No es difícil entender la frustración de quien ha dedicado mucho tiempo y muchas ilusiones a escribir su novela y se encuentra con que otro manuscrito se lleva el premio. Y si encima es de alguien que publica habitualmente y vende y es leído y ha ganado ya muchos premios, pues eso, que es normal que desespere un poco y hasta que patalee otro poco.

Pero quizá el error es de partida: los premios de los que estamos hablando son de un nivel muy alto. Esto no quiere decir que sean solo para profesionales, pero está claro que ellos juegan con ventaja. Pero desanimarse por ello es como si recién graduado en la Escuela de Arte Dramático te decepcionaras porque esa llamada de teléfono no es de Almodóvar.

Hay premios para autores menores de 18 años, como el que convoca la propia Fundación Jordi Sierra i Fabra y publica SM y hay concursos para autores noveles, como el que convoca la propia Asociación de Escritores noveles o el de la Diputación de Jaén. Y hay premios, como estos que nos ocupan, abiertos a todos los escritores, y ellos, los escritores profesionales, también tienen derecho a presentarse. Y no solo derecho, sino, casi, diría yo, obligación.

En cualquier caso, mucha calma. Que no ganar un premio (como que no te toque la lotería) es lo más habitual. Que eso les ha pasado (y les seguirá pasando) a todos los que hoy están ganando esos premios. Que probablemente no hay ni un solo escritor, conocido o no, que no haya sufrido más de un rechazo (y de dos y de tres, seguramente), ya sea en un concurso, ya enviando directamente su novela a una editorial. Que por esa situación han pasado todos los grandes nombres de la literatura.

Para relativizar un poco y pasar un rato muy entretenido, una recomendación: Éxito, de Iñigo García Ureta (Trama editorial 2011). Un libro sobre el rechazo editorial que, además de recoger de forma desdramatizadora algunos de los rechazos más sonados de la historia de la literatura, incluye pequeñas encuestas a agentes y editores sobre diferentes aspectos del tema. Opiniones muy bien fundamentadas, mucha experiencia y un montón de información sensata para rumiar el rechazo o, como en el caso que nos ocupa, que otro se lleve el premio. Y tras el paréntesis, a por el siguiente 🙂

Conectar con la vida

6 enero 2012

Para aprender a leer necesitas libros, pero también precisas que alguien te muestre cómo conectarlos con tu vida.”

Esta frase de Daniel Cassany extraída de una magnífica entrevista en Imaginaria, da que pensar. Primero porque hace plantearse qué hacemos para mostrar a los lectores infantiles y juveniles cómo conectar los libros con sus vidas, pero sobre todo porque tras esa primera pregunta vienen otras más interesantes incluso.

Para empezar ¿qué es conectar un libro con la vida de un lector? Podemos dar una respuesta que incluya argumentos como que permite vivir en cabeza ajena experiencias vitales diferentes, que ofrece modelos de conducta alternativos, que facilita que el lector obtenga una representación nueva sobre su propia vida, que arroja luz sobre las propias perspectivas vitales… Es una respuesta válida, necesaria, pero quizá se queda un poco en la superficie.

Intentando dar con una respuesta más profunda (y seguro que hay muchas y seguro que tendremos la suerte de que algunas de ellas se nos ofrezcan en forma de comentarios) llego a varias intuiciones y a una única certeza: logramos que un libro conecte con la vida del lector cuando ese libro le ayuda a construir ideología, no política, sino vital. Cuando posibilita que el lector arroje una mirada moral primero sobre la ficción que acaba de leer, y a continuación, sobre su propia realidad.

La buena ficción, incluso la más escapista, no es materia inerte, sino un trozo de pensamiento, un vector capaz de generar una serie de transformaciones en la vida del que la lee que pasan a formar parte de su fisiología para siempre (dice un proverbio que corre por ahí: “Siembra un pensamiento y cosecharás una acción. Siembra una acción y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino.”)

Porque aunque no sea de forma inmediata y dramática sino sutil y acumulativa, quiero pensar que siempre hay un antes y un después de que un libro entre en la vida de una persona. Sobre todo si esa persona es un niño o un chaval.

 

 

Cuestión de prioridades

2 noviembre 2011

¡Qué juego dan las charletas entre colegas (profes, escritores y editores) y los intercambios en blogs! No solo por lo que realmente se dice, sino por lo interesante que es analizar después las cuestiones de fondo que están ahí configurando la discusión aunque no nos demos cuenta.

Me pasó el otro día, charlando de las novedades de LIJ de estas navidades y me daba cuenta de que, en las opiniones de cada quien estaba presente implícitamente una postura de fondo que tiene que ver con qué considera cada uno más importante: ¿que la literatura forme (aunque unos lo llamen “apoyar el currículum”, y otros, “que tenga valores”)? ¿Qué sea buena literatura (es decir, literatura “literatura”, no un sucedáneo más o menos bienintencionado? ¿O que sea atractiva para los lectores?

Aunque probablemente mi respuesta personal a esa cuestión está contenida en muchas de las entradas de este blog, he decidido que este es un buen momento para explicitarla más aún, por si no estaba del todo claro.

En alguna entrada, yo hablaba de que mi objetivo era conseguir hechos de lectura, es decir, ayudar a generar, seleccionar y publicar libros que impacten en el lector, libros que logren una transformación, del tipo que sea, en él. Bueno, pues «desarrollado», mi objetivo es formar personas a través de literatura de calidad atractiva para los lectores.

Yendo de abajo a arriba, por tanto, mis prioridades son publicar libros de tanta calidad literaria como sea posible sin dejar de ser atractivos, y tan atractivos como sea posible sin dejar de contribuir a la formación del lector.

Una vez que tienes claros tus objetivos, una vez que tienes explicitado lo que quieres y lo que buscas, todo se vuelve un poco más fácil. Y así, si alguien me dice:

-“Es que ese libro no es de gran calidad literaria”. Pues yo voy a mis principios y me digo: ¿es atractivo? ¿Gustará a los chavales? ¿Trans/forma? ¿Sí? Pues entonces vamos adelante.

-“Es que este libro es muy entretenido y va a gustar mucho”. De nuevo a los principios y me pregunto: ¿Aporta algo a la transformación de los lectores? ¿Tiene al menos algo de calidad literaria? Y si la respuesta es no a ambas preguntas, pues no es el tipo de libro que yo querría publicar.

-“Es que este libro está maravillosamente escrito, es literatura pura, aunque como toda la calidad, es difícil”. Vale, pero, ¿es atractivo para el lector? Porque si a quien gusta es al adulto que lo recomienda y no al chaval a quien va dirigido, de nuevo, no es el tipo de libro que yo querría publicar.

Y así con todas las posibilidades que se puedan presentar, aunque sin perder de vista que hay pocos libros que lo tengan todo en la proporción que a todos nos parecería la adecuada y que lo ideal es que cada libro tenga una proporción variable de cada uno de esos tres ingredientes que yo considero básicos.

Y esto es importante: ni todos los libros tienen que transformar radicalmente la vida del lector, ni todos los libros tienen que ser el exponente de la mejor literatura, ni todos los libros tienen que ser tan atractivos para el lector que no requieran ningún esfuerzo por su parte. En esa mezcla de esencias e ingredientes está la habilidad del escritor para llegar a diferentes tipos de lectores en momentos diferentes de sus vidas. Porque, al final, lo interesante es que haya de (casi) todo. Y lo que hay que hacer es enseñar a elegir bien.

No es lo mismo

23 septiembre 2011

Mis hijos, que como su madre, son devotos fans de Roald Dahl, se quedaron perplejos cuando oyeron el resumen que mi marido, otro devoto de este autor, me hacía de una entrada de Boing Boing. En ella se hace referencia a un artículo biográfico sobre el autor británico (en mi opinión bastante parcial, subjetiva y hasta un poco paranoica) en la que se le retrata como alguien odioso, maleducado, engreído, acosador, promiscuo, antisemita, misógino y unas cuantas lindezas más. O sea, como unos cuantos hombres más de ¿su época?

Al margen de que este tipo de valoraciones llevan implícita una visión del mundo personal y muy concreta, lo que me interesa no es si el biógrafo tiene razón, que vaya usted a saber, sino la reflexión familiar que siguió a aquellas declaraciones. ¿Cómo podía ser que uno de sus autores favoritos –expresaban las caritas de mis hijos–, que les hace reír, que les ofrece una perspectiva transgresora del mundo, que les atrapa y les enseña a ver la realidad desde otro ángulo, fuera tan “malo”?

Ante su incredulidad, tuve que explicarles algo que no todos los adultos tienen claro, tampoco los que actúan como prescriptores de lecturas: que un autor solo debe ser juzgado (en tanto escritor) por lo que escribe, no por cómo vive su vida privada, ni por la ideología que defiende, ni por sus declaraciones en contextos ajenos a lo puramente literario. Además, como, persona, es responsable de lo que hace, como cada uno de nosotros. Pero como persona, no como escritor.

Puede (no tengo datos para contrastarlo ni demasiado interés en hacerlo) que Dahl fuera lujurioso, mujeriego, machista y misógino, pero no encuentro nada de eso en sus libros (salvo haciendo una interpretación interesada, que deje de lado el humor y el contexto en que aparecen).

Vale, será cierto que, cuando se publicó Las brujas, algunos colectivos feministas se quejaron por el “contenido misógino” del libro. ¡Pero vamos a ver, compañeras! Que las brujas no son un trasunto de las mujeres en general, son brujas, malas malísimas y muy peligrosas, y quien les planta cara es otra mujer, la abuela del protagonista, honesta, fuerte, decidida, inteligente, comprometida, cariñosa… Que cada uno (o cada una) se identifique con quien considere. Pero este es otro tema.

Lo importante es diferenciar: o hablamos de literatura o hablamos de conducta personal. Todos sabemos de grandes artistas que en lo personal eran abominables, pero eso no quita grandeza a su obra, aunque seamos muy libres de despreciarlos como personas.

Ayer vi a mi hijo, una vez más, con Matilda entre las manos. Puf, menos mal. Parece que él sí lo ha entendido.

¿Qué o cuántos?

18 septiembre 2011

Esta es una cuestión que inevitablemente, aparece cada cierto tiempo en la conversación con padres o colegas del sector de la educación. Hay quien afirma que no es tan importante qué libros leen los niños, como cuántos. Es decir, cantidad frente a calidad. «Lo importante es que lean, lo que sea» dicen algunas de estas personas. Y la verdad es que, aunque puedo entender las razones que llevan a alguien a hacer esa afirmación, la verdad es que no estoy del todo de acuerdo .

¿Diríamos lo mismo de los alimentos que ingieren los niños cuando son pequeños? Vale, es cierto que para que un niño sobreviva lo prioritario es que coma, lo que sea. Pero si se puede elegir, creo que cualquier padre o madre preferirá que su hijo crezca con los alimentos más sanos, elegidos entre los más adecuados para su edad o necesidades de desarrollo. E incluso, si me apuras, buscando, dentro de lo posible, aquellos  que estén libres de pesticidas, de conservantes, de hormonas, de antibióticos, de exceso de metales pesados… ¿Sí o no?

Pues con los libros lo mismo. Y cuanto más pequeño sea el niño, más: que a los diez años a pocos niños les hace daño una hamburguesa basura muy de vez en cuando (sobre todo si habitualmente toman comida sana), pero dudo que un peque de un año pudiera siquiera digerirla. Que además, los alimentos llenos de antibióticos, de mercurio, de hormonas o de pesticidas, dejan su huella aunque no provoquen enfermedad inmediata. Y así, sin saberlo y posiblemente sin quererlo, estamos potenciando el sexismo, los estereotipos, el racismo, y muchas otras actitudes que ningún padre o adulto prescriptor desearía para su hijo.Y encima, los adultos podemos ni damos cuenta, de momento, de lo que está pasando.

En cambio, a los niños les sientan estupendamente los libros cargados de autorrespeto, de superación personal, de lealtad, de empatía, de un cierto inconformismo unido al sentido de la justicia… Como les sienta de maravilla la comida sin porquerías, y a poder ser, cocinada con mucho amor.

Yo creo que, como adultos responsables, tenemos que buscar, en la medida de nuestras posibilidades, educar el gusto de nuestros niños cercanos, enseñarles a apreciar una buena comida, como un buen libro; enseñarles la base cultural en que se apoyan determinadas tradiciones culinarias o literarias; explicarles y enseñarles a distinguir por qué determinadas comidas  (y determinados libros, o películas o páginas de internet, o personas…) no nos sientan bien, sin perjuicio de que sepan que no pasa nada por tomar comida basura un día concreto ni por leer un libro que entretiene aunque no aporta nada…

Es más, que comer esa comida o leer ese libro sirva para reflexionar juntos acerca de por qué pueden ser nocivos, que solo con decirlo no se construye nada. En resumen: buena comida y buenos libros.

Hace tiempo me encontré con una columna de Cory Doctorow titulada “Sexo adolescente” en la revista Locus. Y como el articulista es un conocido ilustrado digital, y además, escritor de LIJ, la verdad es que me ilusionó el título y el posible contenido. ¡Sí! Por fin alguien plantea el tema. Esto yo no me lo pierdo, pensé.

Pero cuando leí el artículo, la verdad es que me desilusioné, porque en realidad es un texto dedicado a defender la inocuidad de la escena de sexo que aparece en su novela, Little Brother. ¡Qué pena!

Pero bueno, si tenemos que plantear una entrada con ese tema aquí, pues lo hacemos y ya está. Gracias, Cory, por la idea y el empujón.

Vamos allá entonces. ¿Tienen que tener sexo las novelas para jóvenes? La respuesta obvia es “depende”, claro. Pero también es la menos comprometida. La que nos deja, como autores, editores o prescriptores, irnos de rositas.

¿Y si preguntáramos a los jóvenes, a los lectores? Probablemente, en ese caso la respuesta también sería muy obvia y muy previsible.

Vale, llegados a este punto, quizá deberíamos abrir un poco el foco. Porque sí, como título para un post es de lo más resultón (y tendríamos que plantearnos por qué, y si será por las mismas razones por las que el tema es atractivo para los lectores). Pero por lo mismo, un poco tramposo.

Abramos foco, pues. ¿Tienen que tener muerte las novelas para jóvenes? ¿Tienen que tener engaño, traición, dolor? ¿Tienen que tener ideología los libros para jóvenes? ¿Trascendencia? ¿Entrega? ¿Posicionamiento político? ¿Deseos?

Y no vale volver a la respuesta fácil: “depende”, como decían las actrices de la época del destape que se desnudaban “si lo exigía el guión”. ¿Sexo si lo exige el guión? ¿Traición, entrega, dolor, ideología trascendencia, deseos… si lo exige el guión?

Vida.  Realidad.

¿Puede haber una novela juvenil (una novela, sin más), sin vida, sin realidad, sin contradicción, sin cuestionamiento? ¿Sin…?

Sí, claro que puede haberla, (más de una y de dos hay por ahí), la cuestión es si debería haberlas.  Porque ¿a quién le interesan?

Uno lee (al menos yo), si lo que lee le interesa, le concierne, si lo que lee merece la pena. Y un joven más, que hay mucho bueno e interesante que descubrir ahí fuera cuando tienes esa edad. Y qué menos que sentirte implicado por lo que cuenta una historia si vas a dedicarle unas cuantas horas de tu vida.

Así que, para mí, la respuesta es clarísima: sí, los libros para jóvenes tienen que tener sexo, y muerte, y entrega y deseos, y amor, y política y cuestionamiento moral y posicionamiento político. No como reclamo facilón, pero, si tienen algo que ofrecer, incluso como reclamo facilón. Porque tienen que interesar, tienen que atraer, tienen que descubrir, mostrar, conmover, formar, mostrar modelos, actitudes, puntos de vista. Y para ello han de llegar a las manos del lector.

Alguien dijo que toda historia es una especie de vehículo de transporte: se crea para llevar a la audiencia de un punto A a un punto B. Pero para que tu audiencia se suba voluntariamente a ese vehículo, para que “compre” la historia y suspenda voluntariamente su incredulidad, debe sentirse concernida con lo que quieres contarles. Los mundos en los que nunca pasan cosas que pondrían incómodos a algunos padres (o prescriptores), o peor aún, en los que esas cosas pasan solo para que luego la mano invisible del autor castigue ejemplarmente a los infractores (todo consumo de sustancias acaba en muerte, toda práctica sexual acaba en embarazo, etc.) destruyen la suspensión de incredulidad y hacen que los lectores se bajen en la siguiente parada. Con la de sitios interesantes a los que podríamos llevarles.

Terencio ya dijo hace mucho tiempo aquello de “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”. ¿Por qué no nos lo aplicamos en la LIJ?